24 feb 2012

CUARENTA Y CINCO


A veces me imagino nuestro piso de estudiantes. Tú llenando un lienzo de colores cuando los días sean grises y yo escribiendo historias inventadas en mi libreta azul y oliendo el rojo carmesí de tu pincel. La cafetera hirviendo a borbotones en la cocina porque olvidamos apagarla. Los días de películas interminables y los de mantas y frío, y los de sol y paseo. Las ganas de estudiar arrinconadas al lado de las pelusas. Cocinando fajitas a deshora mientras intentamos cambiar el mundo. Soñar con despertarnos en otro tiempo y en otra ciudad, auqnue no sepamos si sería mejor o no. Pasando los mejores años de nuestras vidas, tanto o más (si se puede) de lo que han sido los anteriores. Sabiendo que nunca nadie nos agradecerá lo que hemos hecho por ellos, pero agradecer del verbo actuar, no de decir Gracias. Aunque felices de haberlo hecho. 
Escuchándonos, perdiéndonos entre planes y cuentos chinos. Siendo desconocidas entre la multitud urbana, escapando para respirar aire y reinventándonos en miradas ajenas. 
Han sido dieciocho años paseando por los caminos de un campo a otro, por calles perdidas de nuestro pequeño y maravilloso mundo, con música de fondo y conversaciones sustanciales. Y serán muchos más, tantos que a tu trenza le dará tiempo a llegar al suelo.




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