4 ago 2012

CINCUENTA Y DOS


A veces me lleno de ilusiones en cualquier momento, en cualquier lugar, por cualquier motivo. Y entonces, cuando el avión toca tierra se destruye todo, le sigue la nada. No paré a pensar si era mejor no llegar, partir otra vez. Cuando nada parece real, nada es lo que era, pero el cambio no es a mejor. Teníamos el mundo a nuestros pies pero decidimos quedarnos parados. ¿Has visto sus ilusiones, sus pocas ganas de vivir, sus pocas fantasías? No sé qué ha pasado, tampoco quiero saberlo. Yo sigo como siempre, con más experiencia, con más amigos, con más felicidad. Me asusto cuando veo que todo lo que pensaba vivir aquí, todo lo que imaginaba hacer ahora se ha desvanecido, como ese preciso momento en el que se rompe la cuerda de una guitarra y la música se detiene.  En este lugar que me ha convertido en lo que soy, con mis amigos de siempre, los bares de siempre. Me decepcionan. Más los amigos que los bares, claro. Sólo hay vacío y silencio. Hay poesía triste y pocas musas. Y ninguna musa. Hay llamadas de teléfono a las tres de la mañana para que alguien que está lejos me escuche, porque los cientos de personas que tengo justo al lado parecen no saber hacerlo o no querer, o quizás estén demasiado preocupados por sus vidas. Nos basta con el heliocentrismo, no necesitamos más. Pero si preguntáis, diré que estoy bien, gracias.

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