Ella,
la más olvidadiza del mundo, la que vive actualmente en medio de una
tragicomedia. La que podría contar un cuento distinto antes de dormir todas las
noches de su vida, contar todos los minutos que pasa riendo y los que pasa
llorando para luego hacer una estadística por semanas, pero solamente quería
contar con él. Para brindar en copas tan frágiles como el verde esperanza del
semáforo de la esquina de su casa. Brindar por todos los atardeceres que
vendrían, por las noches interminables de verano; y dejar las copas sin fregar.
Entonces le pidió que trajese vino francés. Pero él más que vino se fue. Y allí
se quedó ella, a punto de romper las copas mientras la luz verde del semáforo
pasaba a ser roja. Pero contaba con una ventaja, ser la más olvidadiza del
mundo.
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